Las historias de Lucida Casual
Lia Mota
Yo no me voy a cortar mucho y voy a colgar un cuentecillo para que me lo critiqueís. A ver si así empezaís a animaros. Es un proyecto para las tutorías de Técnicas, y todavía lo tengo que corregir pero os lo mando tal cual.
Un saludo Lia
LUCIDA CASUAL #1#
El cartel del portal de Lucida era de un musical que venía de Broadway.
Nunca has visto llover así decía. Y ella se lo creyó cuando al mirar al cielo la primera gota de las muchas que vendrían después la señaló en la nariz.
Tocada.
Poniéndose la chaquetilla de ganchillo sobre la cabeza cruzó la calle a toda prisa para encontrarse con el violinista.
-Nunca te van a tocar así. -Le dijo.
Y ella se lo creyó cuando la punta de los dedos del violinista errante le rozo la chaquetilla de ganchillo abriéndole uno a uno los botones.
-Dicen que encontrarse un botón da buena suerte. Mira todos los que me he encontrado yo.
Al otro lado de la calle ya no había nadie. Los botones de su chaqueta de ganchillo habían desaparecido junto al violinista errante. En la puerta unas frases de despedida. Las mismas que utilizó Lucida para despedirse de aquel pueblo de músicos y bailarinas.
El tiempo necesario para recorrer Arrepentimiento era la duración de una canción silbada.
Cualquiera.
En esos 3 minutos te había dado tiempo a recorrer la calle principal, a pasar por la iglesia, saludar al panadero y a ver el final de la ciudad, el final de la tierra, donde empezaba el mar.
Arrepentimiento era un pueblo al norte de la península. Cerca de gaviotas, y de músicos fracasados que se dedicaban a tocar la gaita antes de tirarse al acantilado. A Arrepentimiento iba la gente a llorar, a olvidarse de las penas antiguas y a ganar unas nuevas, como le pasó a Lucida. Que nació y se crió, arrepintiéndose de haber conocido nada más que a gaiteros y bailarinas.
Era hermoso verlas caer con sus vestidos abiertos sin ningún pudor entre las olas, cuando la hora de dejar de arrepentirse llegaba.
Vivían en el final de la tierra y morían en el mar.
Por eso el día en que el violinista llegó al pueblo, Lucida decidió sacar una sonrisa e ir a observarle al acantilado. Por que allí entre olas y silbidos Lucida conoció al único hombre al que prometería amar el resto de su vida, y al que encontraría en otros muchos hombres a los que también amaría.
Tam. Tam.
Nada, solo el ruido de sus nudillos golpeando la puerta. Las horas que pasó Lucida arrepintiéndose de lo que hizo, las omitiremos.
Aun así nos quedan todas las horas que lloró, que fueron muchas.
Del final de la tierra al principio de la ciudad.
Los campos llenos de agua salada.
Un saludo Lia
LUCIDA CASUAL #1#
El cartel del portal de Lucida era de un musical que venía de Broadway.
Nunca has visto llover así decía. Y ella se lo creyó cuando al mirar al cielo la primera gota de las muchas que vendrían después la señaló en la nariz.
Tocada.
Poniéndose la chaquetilla de ganchillo sobre la cabeza cruzó la calle a toda prisa para encontrarse con el violinista.
-Nunca te van a tocar así. -Le dijo.
Y ella se lo creyó cuando la punta de los dedos del violinista errante le rozo la chaquetilla de ganchillo abriéndole uno a uno los botones.
-Dicen que encontrarse un botón da buena suerte. Mira todos los que me he encontrado yo.
Al otro lado de la calle ya no había nadie. Los botones de su chaqueta de ganchillo habían desaparecido junto al violinista errante. En la puerta unas frases de despedida. Las mismas que utilizó Lucida para despedirse de aquel pueblo de músicos y bailarinas.
El tiempo necesario para recorrer Arrepentimiento era la duración de una canción silbada.
Cualquiera.
En esos 3 minutos te había dado tiempo a recorrer la calle principal, a pasar por la iglesia, saludar al panadero y a ver el final de la ciudad, el final de la tierra, donde empezaba el mar.
Arrepentimiento era un pueblo al norte de la península. Cerca de gaviotas, y de músicos fracasados que se dedicaban a tocar la gaita antes de tirarse al acantilado. A Arrepentimiento iba la gente a llorar, a olvidarse de las penas antiguas y a ganar unas nuevas, como le pasó a Lucida. Que nació y se crió, arrepintiéndose de haber conocido nada más que a gaiteros y bailarinas.
Era hermoso verlas caer con sus vestidos abiertos sin ningún pudor entre las olas, cuando la hora de dejar de arrepentirse llegaba.
Vivían en el final de la tierra y morían en el mar.
Por eso el día en que el violinista llegó al pueblo, Lucida decidió sacar una sonrisa e ir a observarle al acantilado. Por que allí entre olas y silbidos Lucida conoció al único hombre al que prometería amar el resto de su vida, y al que encontraría en otros muchos hombres a los que también amaría.
Tam. Tam.
Nada, solo el ruido de sus nudillos golpeando la puerta. Las horas que pasó Lucida arrepintiéndose de lo que hizo, las omitiremos.
Aun así nos quedan todas las horas que lloró, que fueron muchas.
Del final de la tierra al principio de la ciudad.
Los campos llenos de agua salada.
